El sacerdote, mostrando al pueblo la hostia consagrada, repite las
palabras de Juan Bautista: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo” (Jn 1, 29). Y añade las palabras que, según el Apocalipsis, dice en la
liturgia celeste «una voz que sale del Trono, una voz como de gran muchedumbre,
como voz de muchas aguas, y como voz de fuertes truenos: ... "Dichosos los
invitados al banquete de bodas del Cordero"» (Ap 19,1-9). En efecto, dice
el sacerdote: «Dichosos los invitados a la cena del Señor».
A continuación, el pueblo responde repitiendo las palabras del
centurión romano, que maravillaron a Cristo por su humilde y atrevida
confianza: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya
bastará para sanarme» (Mt 8,8-10).
(Texto de www.hogardelamadre.org)
Sin duda que conocer el sentido de las palabras y los gestos de la
liturgia nos ayudan a entrar en comunión con el Señor. Pero es esencial la fe
viva en aquellos que participan en la Eucaristía. Descubrir la presencia del
Señor, su amor que se hace donación para entrar en comunión conmigo, es clave.
Con palabras de Benedicto XVI, “la Eucaristía es el don que Jesucristo hace de
sí mismo, manifestando el amor infinito de Dios por cada hombre” (SC, 1).
Pidamos una vez más a María, la mujer eucarística, que nos ayude a
no desperdiciar el tesoro que Dios ha dado en la Eucaristía, sino que amando y
viviendo el misterio de Cristo seamos transformados en Él.